Hemos escuchado o dicho, en muchas ocasiones, frases como: “no llores por tonterías”; “no exageres”; “como no hagas caso, verás”… Son solo algunos ejemplos que forman parte del día a día; frases que se usan de forma natural porque, quizás, las hemos escuchado durante nuestra infancia y no somos conscientes del daño que pueden generar en el desarrollo del niño o la niña.
Educar es dirigir, orientar y motivar. El amor es la base de cualquier relación familiar, es la emoción para crear vínculos entre padres e hijos.
Cuando un adulto utiliza una estrategia no educativa, sino correctiva para modificar una conducta, no es consciente de que genera miedo, impactando en la amígdala del cerebro del niño (el área cerebral relacionada con el control de las emociones y los sentimientos), generando con ello un estrés innecesario.
Con esta estrategia correctiva no ayudamos a madurar el comportamiento del menor. Para muchos padres y madres, el miedo, el castigo o las amenazas están ligadas a la educación, pero hemos de saber que sus efectos interfieren en el desarrollo emocional saludable.
Los padres temerosos y autoritarios hacen a sus hijos/as temerosos/as y dependientes. Muchos padres confunden esa forma de educar con el respeto. O, por contra, podemos estar ayudando a crear adultos autoritarios.
Se debe educar siempre desde el respeto, la tolerancia y la empatía para que los niños y niñas crezcan con mayor autonomía, independencia y autoconcepto. Debemos sustituir esa intimidación y ese miedo por el diálogo y el establecimiento de normas, haciendo así, que sean maduros, responsables y capaces de tomar decisiones.
Es imprescindible establecer normas claras que habrán sido acordadas antes y en cuya elabración el niño o la niña pueda participar, según su edad madurativa.
La crianza desde el miedo puede alterar el clima de confianza en la familia, provocar faltas de respeto o desarrollar estilos de apego poco recomendables.
Los/as niños/as pueden dejar de compartir y expresar sus vivencias en la familia ya que temen ser castigados/as o regañados/as. Este comportamiento puede darse tanto en situaciones positivas (aprobar un examen, ir a un cumpleaños…) como negativas (suspender un examen, llegar tarde a casa…).
Llevar a cabo un estilo de crianza autoritario puede llevar a un mal desarrollo de la educación emocional, en concreto la empatía. Es mejor utilizar fórmulas como: “Entiendo que no te apetece comerte la verdura”, “Sé que estás enfadado porque no quieres recoger tu habitación”, esto no quiere decir que no deban hacer las cosas que sí deben hacer, pero el punto de partida es desde el respeto.
El miedo obstaculiza el aprendizaje. Los/as niños/as aprenden mejor en un ambiente de seguridad, respeto, confianza y calma. Ello se puede solucionar cambiando las amenazas por retos: “Venga, sé que vas a terminar los deberes y luego vamos a jugar”, en lugar de “Si no los haces, no jugaremos”.
Es importante que ante un error seamos firmes y amables a la vez. Es una balanza entre el límite (ser firmes) y la validación de la emoción (ser amable). Es más fácil integrar los comportamientos que la familia ha establecido como norma si sabemos el límite y cuando nos equivocamos nos lo recuerdan de manera amable.
Una educación democrática, basada en el respeto y la tolerancia, dotarán al niño o la niña de herramientas para desenvolverse en su vida adulta.