Nuestras creencias son más importantes de lo que pensamos, tienen un gran poder, y no solo hacia nosotros/as mismos/as sino también hacia los/as demás.
Pongámonos en situación: nuestro hijo/a está intentando acceder a un tobogán nuevo y más alto de lo habitual para él/ella. Una de nuestras reacciones como adultos (y desde la preocupación y el miedo) es: “¡Cuidado! ¡Ahí no! ¡Te vas a caer!”. ¿Sabías que esto aumenta las probabilidades de que ocurra por el simple hecho de pensarlo y transmitirlo? Pues es así, y tiene por nombre Efecto Pigmalión o profecía autocumplida. Aunque esa verbalización pueda parecer inofensiva va cargada de una gran cantidad de mensajes negativos hacia nuestro/a hijo/a.
En primer lugar, y siguiendo con el ejemplo de la situación anterior, el/la niño/a se ve capaz de hacer frente al nuevo reto, algo que es muy positivo porque nos da entender que confía en sí mismo y deberíamos reforzar.
¿Y qué mensajes le llegan con lo que le decimos? “Esto es muy peligroso” y, además: “No vas a conseguirlo”, por lo tanto “No confío en ti”. Y si aún después de todo esto el/la niño/a lleva a cabo su idea y ocurre que se cae o se hace daño, el famoso “Ves, te lo dije” que, irremediablemente, pone la guinda al pastel de la inseguridad en uno/a mismo/a.
Podríamos definir el Efecto Pigmalión o profecía autocumplida como una predicción falsa de una situación que altera el comportamiento y la actitud de una persona de forma inconsciente. Esto provoca que esa “predicción” se haga realidad simplemente por lo que comunicamos a través de nuestros gestos, actitudes y mensajes implícitos en lo que decimos. En resumen, es la influencia que pueden ejercer las creencias de unas personas sobre el rendimiento, conducta, autoimagen, capacidades, etc. sobre otra. Y se ha demostrado que tiene un gran efecto a nivel personal y social.
Hay una gran noticia de este efecto: también funciona y tiene un gran poder si lo usas en la vertiente positiva.
Robert Rosenthal y Lenore Jacobson realizaron un experimento en el aula en 1968: Pigmalión en el aula. Este experimento consistió en informar a unos profesores de educación primaria de lo siguiente:
“Hemos administrado un test de inteligencia y el 20% de los alumnos de la clase han destacado en sus resultados” (les dijeron qué alumnos habían sido los aventajados).
“Muy probablemente estos niños y niñas sean los que mejor nota obtengan a lo largo del curso”.
Ocho meses más tarde, se reunieron con los profesores que formaron parte del experimento para contrastar resultados: aquellos alumnos que habían sido considerados aventajados habían sido los que habían alcanzado un mejor resultado académico en comparación con el resto.
La realidad era que los experimentadores habían elegido a este 20% de alumnos al azar, nunca se les pasó ningún test de inteligencia a nadie. Estos resultados académicos no se dieron por ser alumnos intelectualmente superiores, sino porque fueron tratados cómo si lo fueran, y ellos creyeron serlo porque estaban siendo tratados como alumnos con competencias superiores a las del resto de sus compañeros/as. ¡Creer es poder!
Por lo tanto, este experimento no solo demuestra la existencia del Efecto pigmalión o profecía autocumplida, sino de la importancia que tiene si se aplica en el entorno habitual del niño o niña, tanto escolar como familiar.
Somos lo que creemos que somos, y los/as niños/as creen que son lo que sus padres, madres, amigos, profesores, etc. dicen que son. De ahí que sea importante transmitirles confianza, aceptación y seguridad, sobre todo en la etapa infantil.
Y este es el gran poder de las expectativas, tanto hacia nosotros/as mismos/as como hacia los/as demás. Sé el Pigmalión positivo de tus hijos/hijas, alumnas/alumnos:
Cuando piensas “no puedo” tu cerebro se detiene. Cuando piensas “cómo puedo hacerlo” tu cerebro empieza a trabajar.