Caricias, roces y picores, nuestra piel es un gran órgano sensible que nos proporciona una entrada de información constante de todo aquello que nos rodea a un nivel íntimo.
El sistema táctil es el más conocido de los tres sistemas sensoriales básicos. Corresponde a la habilidad del cerebro de recibir e interpretar estímulos surgidos a través del contacto con la piel. Es el órgano sensorial que marca el límite entre nosotros y el entorno.
El sistema táctil madura:
Nuestro sistema táctil puede ser más o menos reactivo, comportando una serie de problemas cuando los niveles de sensibilidad son muy altos o muy bajos.
Aquello más notable y que más puede interferir en la vida de un/a niño/a es la hipersensibilidad a estos estímulos. Es decir que para este niño o niña son tan potentes las entradas de información que producen irritación e incluso dolor. Algunos signos son:
Por otro lado, podemos encontrar casos en los que estos estímulos son débiles y pueden llevar a confusión y a dificultades en la discriminación. Algunos signos son:
Podemos reducir el ruido si somos sensibles, pero no podemos evitar recibir información táctil durante el día; niños/as con hipersensibilidad al tacto pueden acumular irritación de todos estos estímulos que les resultan desagradables, dificultando mucho su participación en el día a día y su desarrollo emocional.
Algunas maneras de introducir estos estímulos en el día a día de forma agradable, para acostumbrarnos y que estos inputs no tengan tanto impacto, son:
Si las sensaciones comienzan a abrumarnos podemos utilizar el tacto profundo, aquel que conseguimos con un fuerte abrazo, para reducir el impacto de los estímulos agresivos. Por ejemplo, si estamos pintando con los dedos y el niño empieza a mostrar signos de nerviosismo podemos pedirle que nos deje sus manos, y mientras las rodeamos con las nuestras, apretando, las deslizamos desde las muñecas hasta la punta de los dedos, como si quisiéramos escurrir toda la pintura. Este es un ejemplo de tacto profundo, pero también lo podría ser jugar a una guerra de cojines o echarse encima un par de mantas gruesas.
Para identificar correctamente estas dificultades, y desarrollar un plan de tratamiento efectivo, una terapeuta ocupacional formada en integración sensorial es nuestro mayor aliada.