“Mis hijos serían capaces de estar todo el día enganchados a la tablet y descargándose juegos raros. Cuando menos me doy cuenta ya me han quitado el móvil. De vez en cuando les doy el móvil para que me dejen tranquila por qué si no, no puedo ni tomarme algo con una amiga. Intento explicarles que dejen de insistir tanto, que eso no es bueno para su cerebro, pero parece que no lo entienden porque al día siguiente ya están otra vez igual. Al final, por no oírlos, termino cediendo y después me siento mal. Les pongo un horario y un tiempo, pero cuando se termina el tiempo, les dejo un ratito más sin que se enteren. Además, cuando es la hora, nunca me lo quieren devolver. Siempre termino gritándoles y ellos llorando. Estoy harta, no puedo más. Son unos adictos y yo ya no sé que hacer, lo he probado todo”.
Muchas familias nos sentimos identificadas con el anterior discurso y es totalmente comprensible la frustración que genera para los padres entrar en este círculo vicioso y el temor a que se genere una adicción a las pantallas. Sin embargo, la necesidad que genera el uso de estos dispositivos no es casualidad, por lo que para poder entenderles mejor, es necesario mencionar brevemente las características anatómicas implicadas en las adicciones.
Debemos conocer el Área Tegmental Ventral o circuito de la recompensa, que se trata de una estructura primitiva que es básica para la supervivencia.
Este circuito se activa para motivarnos a hacer algo que nos proporcione disfrute e impulsa la liberación de la dopamina, que es un neurotransmisor que aumenta el efecto del placer de forma inmediata.
Si nos levantamos una mañana con ganas de comer algo dulce, nuestro cerebro activará está área con el fin de liberar la dopamina necesaria para ir a hacer la compra o preparar ese desayuno tan deseado. Al igual que cuando vamos de compras o cuando nos disponemos a escuchar la música que nos gusta.
Cuando al cerebro inmaduro de nuestro/a hijo/a le damos cualquier pantalla, está recibiendo mucha estimulación. Como ya sabemos, estos dispositivos proporcionan movimiento, luz y sonido, que son los tres elementos básicos que estimulan el cerebro de un/a niño/a. Además, esta gratificación es inmediata, factor esencial en el inicio de las adicciones. Es aquí cuando se activa el área de la recompensa, con la correspondiente liberación de dopamina. Después de varias exposiciones no es de extrañar que aparezca un fenómeno llamado “craving” o deseo irrefrenable de volver a utilizarlo. Tras exposiciones continuas se genera una neuroadaptación, que se traduce en una necesidad de incrementar el tiempo de conexión a la pantalla, así como de someterse a escenas más intensas cada vez para sentirse satisfechos/as. Por lo que es fácil sorprenderlos descargándose juegos de violencia o viendo vídeos escabrosos que ni nos imaginábamos que existían.
Por último, aparece el famoso efecto de abstinencia tras la supresión de dicho dispositivo. Este efecto, explica el típico berrinche que se manifiesta tras la retirada repentina del mismo. Es aquí cuando empieza una adicción, y no, los/as niños/as no tienen la maduración suficiente para entender los efectos nocivos que provoca esta exposición a largo plazo.
Existen muchos estudios que nos demuestra que la clave para incentivar el comportamiento es la incertidumbre. Cuando la recompensa es más predecible, se genera menos dopamina. Cuanto más impredecible es la obtención de la recompensa, más dopamina se generará y, por tanto, una mayor adicción se desarrollará. De ahí la importancia de respetar un horario determinado de uso, en lugar de hacerlo de forma indiscriminada.
Hoy en día no le podemos pedir a un/a niño/a que viva sin tecnología por que estaríamos privándole de la conexión con el mundo y de muchos de los beneficios que esta nos aporta, pero sí podemos enseñarles a hacer una gestión saludable. Para ello se recomienda:
Pactar un horario de uso especificando cuando y de cuánto tiempo dispondrán. Establecer consecuencias si el niño no quiere devolverlo cuando llegue la hora.
Usar la tecnología de forma funcional. Se puede coger el móvil para realizar una llamada o para buscar determinada información.
Evitar el uso de dispositivos cómo válvula de escape. Si le ofrezco a mi hijo/a el móvil cuando se aburre, o cuando tiene que esperar, le estaré enseñando a recurrir a ello como vía de huida o desahogo, en lugar de enseñarle a generar ideas para combatirlo.
No se recomienda el uso de dispositivos antes de los 6 años.
No se recomienda el uso de dispositivos cuando estén con otros niños.
No se recomienda el uso de dispositivos ni antes de dormir.
Poner restricciones sobre qué pueden ver y usar controles parentales.
Para terminar, “Los padres y madres son los mejores modelos a seguir por los/as niños/as. Cada palabra, movimiento y acción tiene un efecto”. Apagar las notificaciones, activar el modo avión o establecer horarios de uso y utilizar el móvil con un propósito son algunas de las estrategias que pueden utilizar los padres para reducir su uso, pues, no podemos pretender que nuestros/as hijos/as no desarrollen una adicción si los padres y madres somos adictos.